
Parroquia Ntra. Sra. del Carmen

Domingo 28° durante el año:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17, 11-19):
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se
detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!»
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el
camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a
Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra,
dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez?
Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino
este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
¡¡¡Demos gracias a Dios!!!
La lepra era una enfermedad en aquel tiempo considerada una "impureza contagiosa" y exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37).
Algunas características de la lepra:
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Era vista como una especie de manifestación exterior de un mal interior y por eso se asociaba con el concepto de pecado.
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El leproso se consideraba impuro y no podía participar del culto.
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Era asilado socialmente.
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La persona afectada de lepra llevaba la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubría hasta la boca e iba gritando: “¡Impuro, impuro!”. Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.
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Cuando haya que declarar puro a un leproso, se aplicará el siguiente ritual: La persona será presentada al sacerdote, etc. (cf. Levítico 14)
Todos somos leprosos. En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal.
¿Y los otros 9? El hecho de que los otros nueve no hayan vuelto constituye un motivo de tristeza para Jesús. Observa que su milagro no ha obtenido el resultado que debía obtener.
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Tu fe te ha salvado: Sólo este samaritano escucha de labios de Jesús esta frase tan importante.
El tema: la salvación es universal pero que pasa a través de una mediación determinada, histórica: la mediación del pueblo de Israel, que se convierte luego en la de Jesucristo y de la Iglesia. La puerta de la vida está abierta para todos pero, justamente, es una «puerta», es decir un pasaje definido y necesario. Lo afirma sintéticamente san Pablo: «La salvación que está en Cristo Jesús» (2 Tm 2, 10). Es el misterio de la universalidad de la salvación y al mismo tiempo de su vínculo necesario con la mediación histórica de Jesucristo, precedida por la del pueblo de Israel y prolongada por la de la Iglesia.
Un samaritano vuelve a Jesús. Naamán el sirio, también retorna adonde el profeta y, reconociendo en él al mediador de Dios, profesa su fe en el único Señor. La curación tiene también en él el establecimiento de una relación de fe: “Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel”. Dos enfermos de lepra, dos hombres no judíos, que se curan porque creen en la palabra del enviado de Dios. Se curan en el cuerpo, pero se abren a la fe y esta los cura en el alma, es decir, los salva.
Los otros nueve leprosos obtuvieron la salud física. El samaritano, además, obtuvo también la relación de fe con Jesús, mediante la cual se salvó de verdad, de manera completa, en cuerpo y alma.
Encontramos, entonces, dos grados de curación: uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el "corazón", y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la "salvación".
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Agradecimiento
"Tu fe te ha salvado". Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. Lo mismo ocurre con Naamán: El agradecimiento va unido a la relación personal con Dios (ofrecerá sacrificios).
Eucaristía significa justamente: acción de gracias. La Misa es en primer lugar un sacrificio de acción de gracias.
La gratitud, el amor agradecido, tiene un valor salvífico. “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar Señor…”. La gratitud es fuente de salvación. ¿Sos agradecido con Dios? ¿Podrías pensar ahora mismo algo para agradecerle?
San Agustín decía: “Tú no existías y fuiste creado; ¿qué cosa le diste a Dios? Eras malo y fuiste liberado; ¿qué cosa le diste a Dios? ¿Qué cosa no has recibido gratuitamente de él? Con razón se la llama gracia, porque se da gratuitamente. Por eso a ti se te exige que lo adores gratuitamente, no porque él te da cosas temporales, sino porque garantiza las eternas”.