
Parroquia Ntra. Sra. del Carmen

Conmemoración de los Fieles Difuntos
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24, 1-8):
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al
sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas
encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no
hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les
aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como
las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del
suelo, ellos les preguntaron: "¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día"". Y las mujeres recordaron sus palabras.
¡¡¡Ha resucitado!!!
"Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios" (San Agustín)
La oración de sufragio de la Iglesia se "apoya", por decirlo así, en la oración de Jesús mismo, como dice el pasaje evangélico: "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo". Jesús se refiere a sus discípulos. Pero la oración del Señor se extiende a todos los discípulos de todos los tiempos.
En la oración por los difuntos, es consolador y saludable meditar en la confianza de Jesús con su Padre y así dejarse envolver por la luz serena de este abandono total del Hijo a la voluntad de su "Abbá". Jesús sabe que el Padre está siempre con él; que ambos son uno. Sabe que su propia muerte debe ser un "bautismo", es decir, una "inmersión" en el amor de Dios y sale a su encuentro seguro de que el Padre realizará en él la resurrección.
Por eso: Ni siquiera la muerte puede hacer vana la esperanza del creyente, porque Cristo ha penetrado por nosotros en el santuario del cielo, y al cielo quiere llevarnos después de habernos preparado un lugar (cf. Jn 14, 1-3).
Nuestra acción de gracias se convierte en oración de sufragio por ellos, para que el Señor los acoja en la bienaventuranza del Paraíso. Por sus almas elegidas ofrecemos esta santa Eucaristía, reunidos en torno al altar, en el que se hace presente el sacrificio que proclama la victoria de la Vida sobre la muerte, de la Gracia sobre el pecado, del Paraíso sobre el infierno.
La «vida eterna» es la vida que Cristo mismo prometió a «todos los que creen en él». La «vida eterna» es el don divino concedido a la humanidad: la comunión con Dios en este mundo y su plenitud en el futuro.
El Misterio pascual de Cristo nos ha abierto la vida eterna, y la fe es el camino para alcanzarla. Lo vemos en las palabras que Jesús dirige a Nicodemo y que recoge el evangelista san Juan: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna»
Y nosotros, peregrinos en camino hacia la Jerusalén celestial, aguardamos en silencio, con esperanza firme, la salvación del Señor, tratando de caminar por las sendas del bien, sostenidos por la gracia de Dios, recordando siempre que «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro». Amén.