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#Homilia - Domingo 3° - Tiempo de Cuaresma

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    Admin
  • 20 mar 2017
  • 6 Min. de lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42): En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.» Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.» La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.» La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.» Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.» Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.» En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

HOMILÍA

Cristo, fuente de agua viva

Es una hermosa coincidencia que este año, a la escena de la mujer sedienta de Samaría, corresponda la lectura del pueblo sediento del desierto, con respuesta de Dios a los dos.

La respuesta es Cristo. Cristo se revela, a lo largo de las páginas del evangelio, con múltiples nombres y definiciones: luz, camino, puerta, pastor, profeta, maestro. Aquí entra en juego la expresiva metáfora del agua viva.

Ya humanamente el agua tiene no sólo utilidades muy ricas, sino también simbolismos religiosos muy sugerentes. El agua sacia la sed, purifica, hace fecundos los campos..., y por eso se convierte en símbolo de la pureza y de la vida misma. Pero aquí Jesús anuncia otra agua más importante. No un agua superficial, sino una que quita eficazmente la sed. Como luego hará con el pan y con la luz y la vida. Y esa agua es él mismo. El "yo soy" del evangelio de Juan lo vamos a escuchar en varias claves durante estos días, para que nos convenzamos de que Cristo es la respuesta de Dios a todas las clases de sed que hay en la humanidad y toda búsqueda de luz y de vida.

Otras veces este simbolismo del agua se refiere al Espíritu Santo. Como cuando Jesús, en la fiesta de las Tiendas, proclamó: "si alguno tiene sed, venga a mí y beba... De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu, que iban a recibir los que creyeran en él " (Jn 7, 37-39).

El misterioso camino de la fe

Jesús ofrece un voto de confianza a las personas. A Pedro, a pesar de sus deficiencias y fallos. A los apóstoles, a pesar de su cortedad de miras y su cobardía. Aquí, a la mujer samaritana.

Es un camino misterioso el que conduce a esa mujer a la fe. Le interpela un judío, cosa inusual en la época. Un judío sediento que ha ido al pozo sin ningún recipiente. Una persona que, a partir de la vida de ella, que él parece conocer, consigue dialogar con ella. Jesús sabe situar a las personas en su justo lugar, y desde donde están, conducirlas hacia donde él quiere.

Al ciego le conducirá de la luz de los ojos físicos a la Luz que es él mismo. A los que se sacian con la multiplicación de los panes, a enterarse del Pan que les va a dar él, al Pan que es él mismo. A la familia de Lázaro, desde la recuperación de la vida humana hacia la Vida que es él mismo. Se repite el "yo soy" en el evangelio de Juan: "yo soy, el que contigo habla". Lo escucharemos estos tres domingos, porque también son afirmaciones muy expresivas de la fe cristiana: Cristo "es" el agua viva, "es" la luz verdadera, "es" la vida eterna.

Liturgia muerta y liturgia viva

Uno de los temas que salen en la conversación de Jesús con la mujer es dónde hay que rendir culto a Dios: ¿en Garizim, el "monte santo" para los samaritanos, monte al pie del cual se encuentra el pozo de Siquem? ¿o en el templo de Jerusalén, como pretenden los judíos?

Jesús da una de sus clásicas respuestas. Parece que relativiza el culto en cuanto el lugar donde se realiza, o los ritos, o el templo donde sucede, y afirma que el culto que agrada a Dios es un culto "en espíritu y en verdad". Ciertamente Jesús no reniega del culto, de los ritos, de las oraciones, del templo como lugar de oración. Lo demuestra a lo largo del evangelio. Lo que sí quiere es que ese culto sea "en espíritu y en verdad", no consistente sólo en ritos exteriores, en una actitud que se pudiera tachar de "formalista" o de "ritualista", sino que implique lo más interior de la persona. Que la alabanza a Dios no esté sólo en los labios, sino en el corazón. Que los ritos externos (sacrificios, ofrendas, incienso) correspondan a los sentimientos y actitudes más profundas de la persona.

También nosotros podemos recoger la lección. Porque la liturgia, por ser un ritual repetido, corre siempre el peligro de la rutina o del ritualismo. Nuestra oración, nuestra Eucaristía, deben tener una estrecha relación con nuestra vida fuera de la celebración, no deben quedar "secuestradas" en la iglesia, sino traducirse después claramente en nuestro estilo de vida.

¿De qué tenemos sed?

Nos podemos ver fácilmente reflejados en la historia del pueblo y en la situación personal de la samaritana.

El pueblo de Israel estaba cansado y sediento. Ya queda lejos el entusiasmo primero al salir de Egipto y los proyectos optimistas sobre la tierra prometida. Ahora se dan cuenta de que entre Egipto y la tierra prometida está el desierto, lleno de fatigas y peligros y sequía. También la mujer sedienta que acude al pozo es una imagen patética, representativa de la situación de la humanidad. Tiene sed, y no sólo de agua, sino de felicidad: la está buscando y no está satisfecha. Ya ha tenido cinco maridos.

Es buen retrato de una humanidad que busca, que tiene sed, que no sabe bien a qué pozos acudir a por agua, que se hace preguntas profundas y no encuentra soluciones satisfactorias. En ambos casos Dios les da agua para su sed.

En nuestra vida también hay momentos en que tenemos sed y sufrimos de los inconvenientes del desierto. Como a Israel y a la samaritana , Dios nos da también el agua que puede saciar esa sed, si queremos. Y podremos decir, sin interrogantes, sino con convicción: "el Señor está en medio de nosotros".

Si tenemos esa experiencia podremos también imitar a Cristo en otro aspecto: nos sentiremos movidos a ayudar a otros a que se den cuenta de esa sed que tienen y acompañarles al manantial del agua verdadera y profunda, Cristo Jesús.


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