#Homilia - Domingo 14 "Soy paciente y humilde de corazón"
- Admin
- 9 jul 2017
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EVANGELIO:
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30):

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra del Señor.
COMENTARIO:
Jesús acaba de fracasar en su intento evangelizador en algunas ciudades de Galilea, su patria. A pesar de h
aber realizado numerosos milagros, no ha hecho brotar la conversión, ni la fe. Paradojalmente, a pesar de este fracaso, prorrumpe en una oración, en una acción de gracias porque el Padre revela a los sencillos los misterios del reino.
Jesús puede dar gracias al Padre, por sus entrañas de compasión, especialmente con los más sufridos, por el conocimiento y la comunión profunda que tiene con Él. Jesús sabe todo del Padre, porque el propio Padre se lo ha enseñado. El Padre se lo ha entregado todo.
Dios ha decidido gratuitamente ocultar estas cosas a los prudentes y a los sabios y revelarlas a los pequeños. El Dios del cielo y de la tierra tiene preferencias por los humildes y los pequeños. Jesús afirma qué el Padre ha revelado su voluntad en las palabras y en los hechos de su Hijo y sólo los sencillos, los que no tienen doblez, los de corazón abierto, los limpios de corazón, los pobres, los disponibles pueden recibir esta buena noticia.
Pequeños, en tiempo de Jesús, eran los campesinos y pobres aldeanos de Galilea, los pastores de Belén, los pecadores, publicanos y prostitutas, a quienes los doctores de la Ley y los fariseos despreciaban. Los «cansados y agobiados» son todos los que se esforzaban inútilmente en el cumplimiento de la Ley, y de las tradiciones de los judíos. Jesús se compadece; y anima a los que soportaban este yugo deshumanizador, a aceptar su invitación a ir hacia Él, para poner sobre sus hombros un yugo que libera. Quiere quitar esa carga que oprime para poner sobre sus espaldas una carga que fortalece: la ley del amor.
Cargar con el yugo de Jesús significa hacerse cargo del amor de Dios para realizarlo en y con los hermanos, con todos los hombres. Para el que ama, no existen las obligaciones, nadie le dice lo que tiene que hacer, sino que sus acciones, brotan del amor con el que vive. Cuando falta el amor, todas las leyes son insuficientes. Vivir el evangelio significa sencillamente hacer una opción para amar con el estilo de Jesús.
El amor es peso que no aplasta, sino que empuja porque nos hace cargar los pesos de los otros, nos compromete, nos responsabiliza. Es el peso que nos fortalece y libera porque nos hace trascender, salir de nosotros: saca de nosotros lo mejor de nosotros.
La vida de fe del discípulo, no consiste en un conglomerado de leyes que cumplir, ritos y palabras que repetir. Tampoco podemos reducir nuestra fe cristiana a una ideología, o a una moral que trata de colocarse por encima de otras ideologías o morales. Cuando el discípulo vive el seguimiento de Jesús de esta forma, o con cierto sentimiento de poder, colocando su fuerza en la sola ley, corre el riesgo de presentar una religión que poco tiene que ver con el hombre, y casi nada le aporta a su vida, descolgada y, a veces, hasta opuesta a la marcha de la historia.
Ahora somos nosotros, como discípulos suyos, quienes tenemos que hacer posible la extensión de su proyecto; lo que significa sentir y hacer sentir, la presencia de Dios, en cada rostro humano, de tal modo que nos sintamos comprometidos a construir y generar espacios, donde se puedan hacer realidad la justicia, la verdad y la solidaridad. Sólo el amor hace que las cargas pesadas se hagan ligeras, y que las estructuras y realidades sociales, económicas y culturales que denigran y aplastan, se transformen en caminos hacia una vida cada día más plena.
La llamada profunda que el Señor nos hace es “ser ese lugar de libertad y de amor donde los hombres pueden seguir esperando”, así como lo fue Él mismo para todos los que se acercaban en busca de consuelo, esperanza y sentido para su caminar, tantas veces fatigoso, por la vida.
Para eso necesitamos presentarnos delante de Dios conscientes de nuestra radical pobreza, vacío y pequeñez, pero con esa actitud humilde y esperanzada, de aquel que se encuentra en búsqueda de algo o de Alguien, que pueda llenar y dar sentido a nuestras vidas y, de ese modo poder dar sentido a la vida del mundo, para que los hombres en Él tengan vida.
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