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#Homilia - 5° Domingo - Tiempo de Cuaresma.

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    Admin
  • 2 abr 2017
  • 5 Min. de lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45): En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.» Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.

Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

HOMILÍA

Cristo, la Vida

La tercera de las "revelaciones" cristológicas de estos domingos -después de la clave del agua y la de la luz- es también la más decisiva y profunda. Antes de su Pasión, Jesús resucita a Lázaro y se presenta a sí mismo como

"la resurrección y la vida" para la humanidad.

Ya en el prólogo de su evangelio, Juan nos decía que "en él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres". Pero hoy, en su diálogo con las hermanas de Lázaro, afirma más insistentemente: "yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá".

El prefacio de hoy da gracias a Dios porque Cristo, su Hijo, además de resucitar a su amigo Lázaro "como Señor de la vida", y ahora "extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura

a una vida nueva".

Dios quiere abrir sepulcros

También ahora necesitamos todos, como personas y como comunidad, oír las palabras de esperanza pascual y de vida que rezuman los textos de hoy. Porque podemos sentir la tentación del desánimo o de la impotencia ante un mundo que puede parecemos que no tiene mucho futuro, o ante una comunidad eclesial poco viva y creativa, o ante personas determinadas -nuestra comunidad cristiana, o nosotros mismos- que pueden presentar síntomas de cansancio y hasta de muerte.

Los tres evangelios "bautismales" de estos domingos parece como si quisieran presentarnos los diversos estados deficitarios de la humanidad: la situación problemática de la mujer samaritana, una persona con sed, y no sólo de agua; la situación lastimosa del ciego de nacimiento, condenado a una oscuridad total y perpetua; y ahora la situación de Lázaro, todavía más radical: la muerte. Un sepulcro es la imagen más clara de la no-vida, y no favorece precisamente la esperanza.

Pero Dios nos invita a la esperanza. Por medio de Ezequiel, de Pablo y, sobre todo, de Cristo Jesús. En Ezequiel, hoy hemos escuchado palabras muy esperanzadoras: "abriré vuestros sepulcros... os infundiré mi espíritu y viviréis". Dios es Dios de vida. Sus planes no son de muerte, sino de vida.

Para Pablo también nosotros, si vivimos en el Espíritu, estamos destinados a que nuestros cuerpos mortales sean vivificados.

Pero es en Jesús donde más expresivamente manifiesta y realiza Dios su plan de resurrección y vida. El evangelio describe al cadáver de Lázaro "en una cavidad cubierta de una losa... los pies y las manos atadas con vendas".

¿Puede ser hoy el retrato de una persona o de una comunidad "muertas"'? Pero llega Jesús, que dice escuetamente "quitad la losa", y a continuación "grita con voz potente: Lázaro, ven afuera... desatadlo y dejadlo andar", la mejor imagen de un Dios que, por medio de su Hijo, quiere abrir sepulcros y resucitarnos a la vida, en la Pascua de este año.

Lázaro, por una parte, es como la figura anticipada del mismo Jesús que dentro de unos días saldrá victorioso del sepulcro, liberado, para siempre, de las ataduras de la muerte (mientras que Lázaro resucitó sólo para un tiempo).

Y, por otra, también es la figura y ejemplo de cómo nosotros, en la Pascua, somos invitados a abandonar nuestros sepulcros, con la fuerza de Dios.

Es el Espíritu quien da la vida

Pero este paso a la vida será posible sólo por el Espíritu de Dios. Pablo nos ha dicho que si ese Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos "habita en nosotros", nos resucitará también a nosotros. Ese es el programa que Dios tiene para la Pascua.

En la profesión de fe de nuestro Credo afirmamos del Espíritu Santo que es "Señor y dador de vida". Es él quien nos transmite la vida nueva de Cristo, su gracia, su amor, sus sacramentos, la fuerza de la Palabra. Quiere realizar en nosotros lo mismos que en Pentecostés, cuando transformó y llenó de vida a la primera comunidad, y de comunidad muda la hizo comunidad evangelizadora, y a personas cobardes las llenó de ánimos para anunciar valientemente a Cristo, y a un grupo encerrado por miedo le hizo abrir los balcones y manifestarse ante el pueblo y las autoridades.

Si nos sentimos movidos por el Espíritu de Cristo, y es él quien anima nuestra oración, nuestra caridad, nuestra alegría, nuestra esperanza, superaremos toda muerte, toda anemia espiritual, todo pesimismo y desaliento.

La Eucaristía, garantía y semilla de vida

La Eucaristía es semilla, anticipo y garantía de vida. El Señor Resucitado, que ya está en la escatología, en la vida definitiva, se apodera de ese pan y ese vino que traemos en el ofertorio al altar, y entonces, identificado radicalmente con esos dos elementos, se nos da a nosotros, comunicándonos así su vida escatológica. Por eso nos dijo, según Juan, en su "discurso del Pan de vida": "el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida... yo le resucitaré el último día... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí".

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